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El tema feminismo vs masculinidad despierta emociones opuestas. Algunos lo ven como una lucha ineludible entre hombres y mujeres; otros, como un diálogo necesario para construir una sociedad equilibrada. Para quienes creemos que la familia tradicional es el núcleo básico de la sociedad, este debate no puede basarse en la rivalidad, sino en la búsqueda de equilibrio. La identidad masculina y femenina se complementan, y cuando se respetan sus diferencias naturales, la familia se fortalece. A la vez, ignorar las inquietudes de las nuevas generaciones y los cambios sociales sería negar la realidad. ¿Es posible encontrar un punto medio? Este artículo se adentra en la controversia, examina el feminismo radical, rescata el valor de la masculinidad y propone caminos para preservar los roles naturales sin excluir a nadie.

¿Por qué se habla de feminismo vs masculinidad?

El feminismo surgió como respuesta a injusticias históricas hacia las mujeres y ha logrado avances incuestionables. Sin embargo, algunas corrientes del feminismo radical promueven que no haya diferencias entre hombres y mujeres o que los roles tradicionales desaparezcan. La visión de “igualdad” en estas corrientes a veces se interpreta como un borrado de la identidad masculina. Las organizaciones internacionales recuerdan que las mujeres siguen realizando la mayor parte del trabajo de cuidados no remunerado y que hay brechas reales en acceso a puestos de poder. Pero defender la igualdad de dignidad y oportunidades no implica eliminar las particularidades biológicas y psicológicas.

En la última década, algunos académicos han señalado que el discurso de la igualdad total alimenta reacciones extremas. Lucas Gottzén advierte que la masculinidad tradicional puede ser susceptible a extremismos porque es conservadora y nostálgica de un pasado en el que el hombre controlaba la esfera pública y privada. Este argumento muestra el riesgo de polarización: si el feminismo radical interpreta la masculinidad como una amenaza, y los defensores de la masculinidad lo perciben como un ataque, se crea un círculo vicioso. De ahí que el diálogo deba plantearse no en términos de eliminación, sino de complementariedad.

Roles complementarios en la familia tradicional

En la familia tradicional, hombres y mujeres asumen roles distintos pero igualmente valiosos. El periodismo cultural recuerda que, históricamente, el padre y la madre son complementarios: la madre, “contenedora”, forma una diada de apego con el bebé; el padre protege y asiste esa unión, defendiendo el hogar de peligros externos..

La madre como corazón del hogar

La biología y la experiencia muestran que la mujer tiene un vínculo único con sus hijos durante la gestación, el parto y la lactancia. Este vínculo no implica que ella deba realizar todas las tareas domésticas, sino que su rol como madre y educadora primaria es esencial. La ternura, la empatía y la capacidad de crear un ambiente de afecto son virtudes que enriquecen el ambiente familiar.

El padre como guía y protector

La figura paterna aporta firmeza, disciplina y protección. El padre es quien, tradicionalmente, ha salido a trabajar para proveer recursos, pero también es quien enseña límites y valores morales. Aunque los modelos de paternidad se han transformado, la idea de que el padre defiende y dirige el hogar sigue vigente en muchas culturas. El rol protector no es sinónimo de autoritarismo; se trata de ejercer un liderazgo responsable y amoroso. Cada vez más investigaciones demuestran que la paternidad activa mejora el desarrollo emocional de los hijos y promueve dinámicas familiares más equilibradas.

El feminismo radical y sus efectos en la familia

No todos los feminismos son iguales. Las corrientes moderadas defienden la dignidad de la mujer sin destruir la figura masculina, pero el feminismo radical tiende a equiparar “patriarcado” con cualquier manifestación de liderazgo masculino y a etiquetar como “opresión” las tareas que forman parte de la naturaleza femenina, como el cuidado del hogar.

Las Naciones Unidas señalan que la mayoría de las decisiones que afectan a las mujeres siguen siendo tomadas por hombres. Este dato se utiliza a menudo para justificar políticas de cupos obligatorios y discursos que desprecian las estructuras familiares tradicionales. Sin embargo, la solución no puede ser suprimir la diferencia de roles, sino reconocer su valor y fomentar la colaboración. Cuando se culpa a la masculinidad de todos los males sociales, se alienta una actitud defensiva que da lugar a movimientos de reacción, como los grupos “red pill”.

Masculinidad y liderazgo masculino en el hogar

La figura masculina no debe ser satanizada. Existen voces que defienden el liderazgo del hombre en la familia y la sociedad desde una perspectiva responsable y respetuosa. Estas figuras, lejos de buscar polémica, reivindican la necesidad de que el hombre recupere su rol como guía, mentor y protector.

Eduardo Verástegui: la cabeza del hogar

El actor y activista mexicano Eduardo Verástegui ha destacado en redes sociales y conferencias su visión de la familia. Ha dicho que prefiere a “una mujer femenina, auténtica y valiente” en lugar de una “feminista radical” y citó que “el hombre es la cabeza del hogar”. Inspirado en textos bíblicos, señala que el hombre tiene la responsabilidad de liderar con amor y sacrificio, no de dominar. Su mensaje subraya que, cuando el varón asume su rol natural, la familia funciona mejor. Aunque su postura ha sido calificada de conservadora, él insiste en que defender la masculinidad y la maternidad no es atacar a nadie, sino proteger la base de la sociedad.

Javier “Chicharito” Hernández: rescatar la energía masculina

El futbolista mexicano Javier Chicharito Hernández generó debate en 2025 al publicar reflexiones sobre el papel del hombre y la mujer. Según sus palabras, las mujeres deberían “encarnar su energía femenina” ocupándose del hogar y permitiendo que el hombre ejerza su liderazgo. En su visión, muchos males de la sociedad surgen porque se pretende erradicar la masculinidad. Hernández sostiene que las mujeres desean un hombre proveedor y que limpiar u ordenar no debería verse como opresión patriarcal. Lejos de atacar a la mujer, su mensaje apunta a rescatar el equilibrio: la mujer tiene su propia fuerza y dignidad en el hogar, y el hombre debe ser el guía y protector que provee y lidera. Aunque sus opiniones fueron criticadas, muestran que existe una preocupación legítima por la pérdida del rol masculino en la familia y apelan a la complementariedad.

Jordan Peterson: defender las diferencias biológicas

El psicólogo canadiense Jordan Peterson ha ganado notoriedad al cuestionar el enfoque de ciertos feminismos. Para él, el feminismo contemporáneo ha construido la idea de que la masculinidad es tóxica y culpable de todos los problemas. Peterson argumenta que existen jerarquías naturales basadas en diferencias biológicas y que negar estas realidades conduce a políticas y discursos contraproducentes. Su defensa de la masculinidad se centra en que los hombres y las mujeres tienen aptitudes distintas pero complementarias; reitera que es injusto culpar al hombre por ser hombre y que la solución no es debilitarlo, sino alentarlo a ser virtuoso.

Otras voces pro‑familia

Además de estas figuras, hay numerosos líderes religiosos, psicólogos, escritores y padres que reivindican la importancia de la masculinidad. En blogs y conferencias sobre paternidad, se insiste en que ser hombre implica responsabilidad, sacrificio y entrega. Estas voces no se hacen virales porque no buscan polémica; su propósito es educar y transmitir valores que fortalezcan los lazos familiares.

Paternidad activa y masculinidad saludable

Defender el liderazgo masculino no es sinónimo de regresar al padre ausente o autoritario. De hecho, las investigaciones actuales subrayan los beneficios de la paternidad activa. El experto de la Universidad Franz Tamayo, Ariel Villarroel, explica que las nuevas masculinidades proponen dejar atrás la dureza emocional y el dominio autoritario para abrazar valores como la empatía, la sensibilidad y la participación activa. Observa que hoy “vemos a más hombres comprometidos con sus familias y dedicando tiempo de calidad a sus hijos”, lo que rompe la idea de que el cuidado y la crianza son roles exclusivos de las mujeres.

Esta visión no busca borrar la identidad masculina, sino enriquecerla para responder a las necesidades sociales y emocionales actuales. La paternidad consciente demuestra que un hombre puede ser fuerte y sensible al mismo tiempo; puede liderar y también escuchar; puede disciplinar y asimismo abrazar. Las Naciones Unidas y la Cepal reconocen que la participación activa del padre tiene un impacto positivo en el desarrollo de los hijos y en el bienestar de la madre. Incluso se señala que la paternidad corresponsable incrementa la realización personal de los hombres y los impulsa a cuidar su salud.

El desequilibrio actual en los cuidados

A pesar de estas recomendaciones, las estadísticas muestran que los hombres dedican apenas el 19 % de su tiempo libre al cuidado no remunerado, mientras que las mujeres destinan el 55 %. Esta diferencia no debe interpretarse como justificación para abandonar el liderazgo masculino, sino como un llamado a participar más en las tareas que sostienen el hogar. Cuando el hombre se involucra, la familia se beneficia. La corresponsabilidad en el cuidado de los hijos y el hogar no pretende diluir la masculinidad, sino ponerla al servicio del bien común.

Ventajas de respetar los roles naturales

Rescatar los roles naturales de hombres y mujeres no significa encasillarlos, sino reconocer sus fortalezas complementarias. Algunas ventajas de esta visión son:

  • Estabilidad emocional para los hijos: Un ambiente donde la madre y el padre cumplen roles definidos, aunque flexibles, proporciona seguridad y confianza a los niños. La presencia del padre ha sido asociada con mejor desarrollo cognitivo y social.
  • Mejora de la relación de pareja: Cuando cada uno asume su rol con amor y respeto, hay menos competencia y más cooperación. El padre que se compromete a proveer y proteger y la madre que nutre y cuida crean un equilibrio armónico.
  • Claridad de identidad: Reconocer la diferencia biológica y psicológica entre los sexos ayuda a cada persona a comprender su misión en el hogar. La identidad masculina saludable se construye sobre la base del sacrificio y la responsabilidad, no del dominio.
  • Reducción de la violencia: Estudios sobre nuevas masculinidades muestran que hombres educados en la empatía y la corresponsabilidad son menos propensos a la violencia. Así, un liderazgo masculino bien entendido contribuye a un entorno familiar más seguro.
  • Promoción del amor y la felicidad: La corresponsabilidad y el reconocimiento mutuo fortalecen el vínculo conyugal y fomentan la felicidad familiar.

¿Cómo encontrar un punto medio y fortalecer la familia?

Después de analizar las diferentes perspectivas, queda claro que la confrontación entre feminismo y masculinidad extrema no beneficia a nadie. El punto medio exige respeto mutuo y compromiso con la familia. Aquí algunas propuestas prácticas:

1.- Revalorizar la maternidad y la paternidad: Reconocer el papel único de la madre en la gestación y la crianza y el papel del padre como líder y protector. Esto no excluye la corresponsabilidad en tareas concretas; al contrario, la potencia.

2.- Educar en la complementariedad: En las escuelas y hogares, enseñar que hombres y mujeres son diferentes pero complementarios. La educación debe evitar discursos que presenten a uno como opresor y al otro como víctima, y promover el respeto y la colaboración.

3.- Promover ejemplos positivos de masculinidad: Destacar figuras que hablen de liderazgo y responsabilidad masculina, como Eduardo Verástegui, Javier Hernández o líderes religiosos, sin censurarlos de forma automática. Sus mensajes pueden inspirar a jóvenes a asumir su rol con orgullo.

4.- Fomentar la paternidad activa: Crear políticas que permitan a los padres pasar tiempo con sus hijos y participar en el cuidado diario. Esto incluye permisos de paternidad y horarios de trabajo flexibles. Al mismo tiempo, se debe animar a los padres a mantener su liderazgo y autoridad moral.

5.- Criticar ideologías radicales con respeto: Señalar los excesos del feminismo radical, que busca borrar las diferencias, pero sin caer en el insulto ni el odio. La crítica debe centrarse en los efectos negativos sobre la familia y la identidad, no en atacar a las personas.

6.- Crear espacios de diálogo: Organizar foros, talleres y grupos donde hombres y mujeres puedan compartir experiencias sobre sus roles y buscar soluciones conjuntas. Estas conversaciones ayudan a deshacer estereotipos y a construir una cultura de colaboración.

¿Hacía dónde vamos?

El enfrentamiento entre feminismo y masculinidad se ha convertido en un tema de titular frecuente, pero la clave para fortalecer la sociedad no está en la pugna, sino en la complementariedad. La familia tradicional, basada en la unión de un hombre y una mujer con roles específicos, ha demostrado ser un pilar firme para el crecimiento de los hijos y la estabilidad social. Esto no significa ignorar las injusticias ni negar los avances logrados por las mujeres; al contrario, implica reconocer la dignidad de ambos sexos y fomentar que cada uno aporte lo mejor de sí.

Los datos revelan que aún existe una desigual distribución del cuidado y que las mujeres llevan una carga mayor. Ante ello, el camino no es despojar al hombre de su liderazgo ni convertir a la mujer en un hombre más, sino incentivar la corresponsabilidad desde la diferencia. Figuras como Verástegui, Hernández y Peterson muestran que se puede defender la masculinidad sin caer en la misoginia; sus voces, aunque polémicas para algunos, recuerdan que el hombre tiene un papel irreemplazable en el hogar.

Encontrar un punto medio requiere diálogo, apertura y, sobre todo, amor por la familia. Si hombres y mujeres se comprometen a respetar sus diferencias, compartir responsabilidades y preservar el orden natural del hogar, podremos construir una sociedad más armoniosa. En última instancia, la verdadera igualdad no consiste en borrar las distinciones, sino en reconocer que cada rol, con sus particularidades, es esencial para el bien común.